Saber decir que no, ¿una tarea complicada?
La conducta asertiva, más conocida como “saber decir que no”, se caracteriza por la expresión directa de los propios sentimientos, necesidades, derechos legítimos u opiniones sin amenazar o castigar a los demás, y sin violar sus derechos. Así, el mensaje que mandamos al otro cuando ponemos esto en práctica es: “esto es lo que yo pienso; esto es lo que yo siento; así es como veo la situación”.
La asertividad, como el resto de habilidades sociales, es importante para lograr dos tipos de objetivos:
- Afectuoso: conseguir relaciones satisfactorias con los demás, estableciendo amistades y relaciones amorosas.
- Instrumental: realizar actividades con éxito en nuestra vida diaria, como comprar, vender, entrevistas de trabajo y la utilización de instituciones sociales y prestaciones.
En primer lugar, debemos diferenciar esta conducta de la agresiva, en la cual violamos los derechos de la otra persona; y de la conducta no asertiva, que implica la violación de los propios derechos al no ser capaz de expresar nuestros sentimientos, pensamientos y opiniones y, por consiguiente, permitiendo a los demás que violen nuestros propios sentimientos, o los acabemos expresando con disculpas y con falta de confianza, por lo que los otros pueden fácilmente no hacernos caso.
La respuesta asertiva se caracteriza por un contacto ocular directo, un tono de voz en la conversación adecuado, un habla fluida, gestos firmes, respuestas directas a la situación, manos sueltas, mensajes en primera persona y verbalizaciones positivas.
Al poner este tipo de conducta en práctica, es normal que sintamos cierto malestar o ansiedad. Esto es algo que nos ocurre a todos, ya que no estamos acostumbrados y nos supone cierto malestar. Ejemplos de estas situaciones son cuando queremos devolver un producto defectuoso al dependiente de una tienda, o expresar una molestia o una crítica justificada de manera apropiada. Lo que debemos hacer es valorar las consecuencias a corto y largo plazo, y ver qué es lo más favorable. Lo que está demostrado, es que la conducta asertiva a largo plazo, aumenta las consecuencias positivas y diminuye las desfavorables.
La persona que consigue mantener este tipo de conductas, logra resolver sus problemas, sentirse a gusto consigo mismo y con los otros, satisfecho y relajado, tiene el control de la situación, y se gusta tanto a sí mismo como a los demás.
Trastorno psicológico que se centra en el miedo mayor o menor (suele ser severo para considerarse fobia) frente a varios tipos de situaciones sociales.
domingo, octubre 22, 2006
jueves, octubre 19, 2006
Aclarando el concepto Fobia social
La fobia social es el miedo intenso de sentirse humillado en situaciones sociales. Se manifiesta cuando una persona tiene una ansiedad significativa en el momento en el cual debe hacer apariciones en público o participar de reuniones sociales.
Es un sentimiento de temor, de vergüenza a quedar mal delante de otras personas o de ofender a alguien.
En la mayoría de los casos, las personas que padecen de fobia social evitan tener cualquier tipo de compromiso social y si lo hacen, lo hacen con mucho temor: se sonrojan, sienten que todas las miradas están puestas en ellos.
Cuando estas manifestaciones de temor llegan a interferir con su rutina diaria haciendo muy difícil tener una vida laboral y social satisfactoria, se debe buscar ayuda.
En los niños puede manifestarse a través de la tartamudez, se aferran a parientes cercanos para que no los dejen solos, etc.
Las personas con este trastorno son muy sensibles a ser criticados y muy susceptibles para enfrentar el rechazo. Se caracterizan por tener una baja autoestima y puede que se sientan muy atemorizados frente a evaluaciones como los exámenes. Debido a esto obtienen bajas calificaciones escolares. En casos extremos viven toda su vida con los padres, no llegan a casarse y puede ser que no tengan ni un amigo.
Este tipo de trastorno es más frecuente en mujeres que en hombres, aunque se presenta en ambos casos. Las personas que lo sufren encuentran ayuda en la psicoterapia, aprendiendo técnicas para reducir la ansiedad y en ocasiones son medicadas. Este trastorno puede presentarse en la edad adulta.
La fobia social es el miedo intenso de sentirse humillado en situaciones sociales. Se manifiesta cuando una persona tiene una ansiedad significativa en el momento en el cual debe hacer apariciones en público o participar de reuniones sociales.
Es un sentimiento de temor, de vergüenza a quedar mal delante de otras personas o de ofender a alguien.
En la mayoría de los casos, las personas que padecen de fobia social evitan tener cualquier tipo de compromiso social y si lo hacen, lo hacen con mucho temor: se sonrojan, sienten que todas las miradas están puestas en ellos.
Cuando estas manifestaciones de temor llegan a interferir con su rutina diaria haciendo muy difícil tener una vida laboral y social satisfactoria, se debe buscar ayuda.
En los niños puede manifestarse a través de la tartamudez, se aferran a parientes cercanos para que no los dejen solos, etc.
Las personas con este trastorno son muy sensibles a ser criticados y muy susceptibles para enfrentar el rechazo. Se caracterizan por tener una baja autoestima y puede que se sientan muy atemorizados frente a evaluaciones como los exámenes. Debido a esto obtienen bajas calificaciones escolares. En casos extremos viven toda su vida con los padres, no llegan a casarse y puede ser que no tengan ni un amigo.
Este tipo de trastorno es más frecuente en mujeres que en hombres, aunque se presenta en ambos casos. Las personas que lo sufren encuentran ayuda en la psicoterapia, aprendiendo técnicas para reducir la ansiedad y en ocasiones son medicadas. Este trastorno puede presentarse en la edad adulta.
miércoles, octubre 11, 2006
Trabajo: cómo controlar las fobias en la oficina
Si te pones nervioso con cada reunión, te tiembla la voz y te sonrojas, probablemente sufres una fobia social. Existen distintos niveles, pero los fóbicos más graves pueden necesitar la ayuda de un experto.
Para algunos, la fobia al trabajo implica un poco más que querer quedarse en la cama el lunes a la mañana. Según los estimados de la Organización Mind, más de 10 millones de personas en el Reino Unidos sufren de fobias y, para algunos de ellos, esto significa enfrentarse a sus miedos todos los días en la oficina. ¿Qué van a pensar tus compañeros? ¿Cómo evitar la fobia pero conservar tu empleo? No todas las fobias son tan específicas como se piensa.
Obviamente, si tienes vértigo, trabajar en el piso 30 de un rascacielos no va a ser fácil. Y si eres claustrofóbico, probablemente tengas que dejar el ascensor y subir por las escaleras. Pero una fobia puede responder a cualquier objeto o situación, y algunas de ellas son complejas y difíciles de definir. La mayoría de las fobias de oficina tienden a tener algo en común: el miedo a lo que otra gente piensa de nosotros.
“De lejos, la fobia más común en el trabajo es la fobia social”, dice el preofesor Robert Edelmann, de la National Phobics Society. “Es imposible trabajar en una oficina y no interactuar con la gente. Si sufres una fobia social, probablemente se manifieste en el trabajo”.
Pero, ¿una fobia social implica que esconderse en la esquina y tener miedo de hablar con la gente?
“Una fobia social puede manifestarse de muchas maneras distintas”, dice Edelmann. “Puede provocar sonrojamiento intenso, no querer almorzar frente a los compañeros o evitar reuniones después del trabajo. Puedes odiar hablar en público o en una reunión”.
Anna Lancaster se identifica con todos estos síntomas. Trabaja en una revista y dice sufrir una ansiedad irracional frente a una reunión en la oficina, especialmente si se espera que ella contribuya. “Durante la última presentación me temblaba la voz, me puse roja y sentía náuseas”, relata.
Probablemente muchos de nosotros sintamos un nudo en el estómago ante la posibilidad de hablar en público, pero, ¿cuándo se convierte en una fobia?
“Es perfectamente normal tener miedos pero la forma en que los manejamos es la que define si se trata de una fobia o no”, explica Edelmann. “Si tienes miedo de hacer presentaciones pero las haces igual, entonces tu miedo no es una fobia. Si las evitas y, por ejemplo, llamas para decir que estás enfermo, entonces el miedo puede haber escalado hasta una fobia”.
Para alguna gente, una fobia social puede resultar en la necesidad de dejar el trabajo. Clara Edge, de 23 años, ya dejó 2 trabajos por la ansiedad que sufría en la oficina. “Cuando tenía 17 tenía un trabajo de telemarketer. El primer día me sentí muy nerviosa y paranoica con respecto a lo que la gente pensaba de mí”, cuenta. “Si alguien me preguntaba algo, me reía de nervios. En el almuerzo, me fui a casa y nunca volví. Lo mismo me pasó en mi segundo trabajo, 3 meses después”.
Para los que sufren como Edge, un jefe comprensivo puede significar una diferencia considerable. “El tema de las enfermedades mentales es un tabú en el trabajo. Si hubiese podido hablarlo con mi jefe, probablemente no me hubiese ido”, reflexiona.
La forma de pensar parece ser la diferencia entre una persona con miedos y una persona fóbica. “Pensar positivamente es la clave. Si te parece que vas a quedar como un estúpido en una reunión, entonces te estás preparando para fracasar. Pero si pensar positivamente no te ayuda, entonces consultá con un médico”, aconseja Edelmann.
Edge coincide: “Empecé a ir a un grupo de auto-ayuda y me reuní con otros fóbicos. Me di cuenta de que mucha gente sufre de fobias y de que no era tan rara después de todo. Si sufres una fobia en el trabajo, acuérdate que no estás solo. Probablemente haya otra persona en tu oficina, que sufre igual que tú”.
Ayuda a fóbicos sociales en España, Barcelona: Tel. 93 552 66 34
Información y reserva telefónica: Lunes a Viernes de 8 a 20hs
Si te pones nervioso con cada reunión, te tiembla la voz y te sonrojas, probablemente sufres una fobia social. Existen distintos niveles, pero los fóbicos más graves pueden necesitar la ayuda de un experto.
Para algunos, la fobia al trabajo implica un poco más que querer quedarse en la cama el lunes a la mañana. Según los estimados de la Organización Mind, más de 10 millones de personas en el Reino Unidos sufren de fobias y, para algunos de ellos, esto significa enfrentarse a sus miedos todos los días en la oficina. ¿Qué van a pensar tus compañeros? ¿Cómo evitar la fobia pero conservar tu empleo? No todas las fobias son tan específicas como se piensa.
Obviamente, si tienes vértigo, trabajar en el piso 30 de un rascacielos no va a ser fácil. Y si eres claustrofóbico, probablemente tengas que dejar el ascensor y subir por las escaleras. Pero una fobia puede responder a cualquier objeto o situación, y algunas de ellas son complejas y difíciles de definir. La mayoría de las fobias de oficina tienden a tener algo en común: el miedo a lo que otra gente piensa de nosotros.
“De lejos, la fobia más común en el trabajo es la fobia social”, dice el preofesor Robert Edelmann, de la National Phobics Society. “Es imposible trabajar en una oficina y no interactuar con la gente. Si sufres una fobia social, probablemente se manifieste en el trabajo”.
Pero, ¿una fobia social implica que esconderse en la esquina y tener miedo de hablar con la gente?
“Una fobia social puede manifestarse de muchas maneras distintas”, dice Edelmann. “Puede provocar sonrojamiento intenso, no querer almorzar frente a los compañeros o evitar reuniones después del trabajo. Puedes odiar hablar en público o en una reunión”.
Anna Lancaster se identifica con todos estos síntomas. Trabaja en una revista y dice sufrir una ansiedad irracional frente a una reunión en la oficina, especialmente si se espera que ella contribuya. “Durante la última presentación me temblaba la voz, me puse roja y sentía náuseas”, relata.
Probablemente muchos de nosotros sintamos un nudo en el estómago ante la posibilidad de hablar en público, pero, ¿cuándo se convierte en una fobia?
“Es perfectamente normal tener miedos pero la forma en que los manejamos es la que define si se trata de una fobia o no”, explica Edelmann. “Si tienes miedo de hacer presentaciones pero las haces igual, entonces tu miedo no es una fobia. Si las evitas y, por ejemplo, llamas para decir que estás enfermo, entonces el miedo puede haber escalado hasta una fobia”.
Para alguna gente, una fobia social puede resultar en la necesidad de dejar el trabajo. Clara Edge, de 23 años, ya dejó 2 trabajos por la ansiedad que sufría en la oficina. “Cuando tenía 17 tenía un trabajo de telemarketer. El primer día me sentí muy nerviosa y paranoica con respecto a lo que la gente pensaba de mí”, cuenta. “Si alguien me preguntaba algo, me reía de nervios. En el almuerzo, me fui a casa y nunca volví. Lo mismo me pasó en mi segundo trabajo, 3 meses después”.
Para los que sufren como Edge, un jefe comprensivo puede significar una diferencia considerable. “El tema de las enfermedades mentales es un tabú en el trabajo. Si hubiese podido hablarlo con mi jefe, probablemente no me hubiese ido”, reflexiona.
La forma de pensar parece ser la diferencia entre una persona con miedos y una persona fóbica. “Pensar positivamente es la clave. Si te parece que vas a quedar como un estúpido en una reunión, entonces te estás preparando para fracasar. Pero si pensar positivamente no te ayuda, entonces consultá con un médico”, aconseja Edelmann.
Edge coincide: “Empecé a ir a un grupo de auto-ayuda y me reuní con otros fóbicos. Me di cuenta de que mucha gente sufre de fobias y de que no era tan rara después de todo. Si sufres una fobia en el trabajo, acuérdate que no estás solo. Probablemente haya otra persona en tu oficina, que sufre igual que tú”.
Ayuda a fóbicos sociales en España, Barcelona: Tel. 93 552 66 34
Información y reserva telefónica: Lunes a Viernes de 8 a 20hs
martes, octubre 10, 2006
Vigorexia: la enfermedad que ataca a los hombres. Es conocida como "complejo de Adonis" y así como la bulimina y anorexia afectan a las mujeres, esta enfermedad, descubierta hace pocos años, recae sobre los hombres jóvenes.
Cómo detectarla: Dentro de los trastornos de alimentación, pareciera que la bulimia y la anorexia fueran monopolio de las mujeres, por la gran prevalencia de estas enfermedades en el género. Pero, hay una patología del tipo, que no es tan conocida –fue descubierta hace poco, en 1993- y que afecta mayoritariamente a los hombres. Se trata de la vigorexia, enfermedad que suele encontrar al sexo masculino en especial durante la adolescencia, y donde el varón se ve a sí mismo como débil o “enclenque”, por lo que busca desarrollar musculatura generándose, de esta manera, una adicción al gimnasio, a ciertas sustancias y a determinada dieta, rica en proteínas. "Tienen una imagen distorsionada de su cuerpo, baja autoestima, y una fobia social muy grande. Además de pasar horas haciendo aparatos y ejercicios en el gimnasio, toman anabólicos para incrementar la musculatura. No hay forma de que su cuerpo les complazca", detalla Mabel Bello fundadora de la Asociación de Lucha contra la Bulimia y la Anorexia (ALUBA).
El vigoréxico pasa horas en el gimnasio, al punto de que el ejercicio se vuelve una adicción y, como tal, el individuo empieza a perder libertad. Come en exceso barras fortificantes de todo tipo, huevo crudo, licuados, carne y leche. Ocurre, en casos avanzados de esta enfermedad, que el vigoréxico se propone ingerir cócteles de preparados fortificantes cada breve lapso, durante todo el día y a veces, durante toda la noche.
Con bases similares a la anorexia (de hecho, se la llamó anorexia de los hombres, anorexia reversa o complejo de Adonis), la enfermedad se origina en una fobia social y el miedo a asumir responsabilidades en la vida.
La gran diferencia con la anorexia, no es el descenso de peso sino el aumento de musculatura y la gran coincidencia es la imagen distorsionada que se tiene del propio cuerpo: la anoréxica se ve gorda, el vigoréxico se ve delgado.
Se vuelven introvertidos y pierden contacto con familiares o amigos ya que el gimnasio consume todo su tiempo libre. “Buscan que los quieran por su físico porque no hay confianza en el desarrollo propio”, agrega la especialista de ALUBA. La obsesión llega al punto de poner en riesgo su salud. Por un lado, el exceso de ejercicio y por el otro el consumo de anabólicos que puede generar impotencia sexual y dificultades reproductivas. Según Harry Campos Cervera, médico psicoanalista y miembro de la Asociación Psicoanalista Argentina (APA), la vigorexia todavía no está tomada como riesgosa, pero es una enfermedad que va en aumento. “Es un fenómeno que se ve a diario. Se trata de una ‘patología del vacío’ que surge a partir del deterioro de la red social y se incrementa cada vez más debido a que en la actualidad la gente necesita pertenecer, busca identificarse constantemente”, explica.
El primer síntoma es la retracción social, el sujeto no se comunica con sus padres. Luego, comienzan a surgir las obsesiones por el cuerpo y allí encuentran en el ejercicio una forma de huir de la realidad. Se esmeran mucho por el físico y pasan largo tiempo frente al espejo denotando su obsesión.“La enfermedad es muy difícil de detectar ya que se rehúsan mucho a contar su problema”, explica Bello quien además explica que el tratamiento debe constar por un lado un trabajo en equipo de psiquiatras y clínicos y, por el otro, el apoyo de la familia es básico.
Cómo detectarla: Dentro de los trastornos de alimentación, pareciera que la bulimia y la anorexia fueran monopolio de las mujeres, por la gran prevalencia de estas enfermedades en el género. Pero, hay una patología del tipo, que no es tan conocida –fue descubierta hace poco, en 1993- y que afecta mayoritariamente a los hombres. Se trata de la vigorexia, enfermedad que suele encontrar al sexo masculino en especial durante la adolescencia, y donde el varón se ve a sí mismo como débil o “enclenque”, por lo que busca desarrollar musculatura generándose, de esta manera, una adicción al gimnasio, a ciertas sustancias y a determinada dieta, rica en proteínas. "Tienen una imagen distorsionada de su cuerpo, baja autoestima, y una fobia social muy grande. Además de pasar horas haciendo aparatos y ejercicios en el gimnasio, toman anabólicos para incrementar la musculatura. No hay forma de que su cuerpo les complazca", detalla Mabel Bello fundadora de la Asociación de Lucha contra la Bulimia y la Anorexia (ALUBA).
El vigoréxico pasa horas en el gimnasio, al punto de que el ejercicio se vuelve una adicción y, como tal, el individuo empieza a perder libertad. Come en exceso barras fortificantes de todo tipo, huevo crudo, licuados, carne y leche. Ocurre, en casos avanzados de esta enfermedad, que el vigoréxico se propone ingerir cócteles de preparados fortificantes cada breve lapso, durante todo el día y a veces, durante toda la noche.
Con bases similares a la anorexia (de hecho, se la llamó anorexia de los hombres, anorexia reversa o complejo de Adonis), la enfermedad se origina en una fobia social y el miedo a asumir responsabilidades en la vida.
La gran diferencia con la anorexia, no es el descenso de peso sino el aumento de musculatura y la gran coincidencia es la imagen distorsionada que se tiene del propio cuerpo: la anoréxica se ve gorda, el vigoréxico se ve delgado.
Se vuelven introvertidos y pierden contacto con familiares o amigos ya que el gimnasio consume todo su tiempo libre. “Buscan que los quieran por su físico porque no hay confianza en el desarrollo propio”, agrega la especialista de ALUBA. La obsesión llega al punto de poner en riesgo su salud. Por un lado, el exceso de ejercicio y por el otro el consumo de anabólicos que puede generar impotencia sexual y dificultades reproductivas. Según Harry Campos Cervera, médico psicoanalista y miembro de la Asociación Psicoanalista Argentina (APA), la vigorexia todavía no está tomada como riesgosa, pero es una enfermedad que va en aumento. “Es un fenómeno que se ve a diario. Se trata de una ‘patología del vacío’ que surge a partir del deterioro de la red social y se incrementa cada vez más debido a que en la actualidad la gente necesita pertenecer, busca identificarse constantemente”, explica.
El primer síntoma es la retracción social, el sujeto no se comunica con sus padres. Luego, comienzan a surgir las obsesiones por el cuerpo y allí encuentran en el ejercicio una forma de huir de la realidad. Se esmeran mucho por el físico y pasan largo tiempo frente al espejo denotando su obsesión.“La enfermedad es muy difícil de detectar ya que se rehúsan mucho a contar su problema”, explica Bello quien además explica que el tratamiento debe constar por un lado un trabajo en equipo de psiquiatras y clínicos y, por el otro, el apoyo de la familia es básico.
domingo, octubre 08, 2006
¿La fobia social es una enfermedad? Hay que tener en cuenta que la fobia social es una entidad diagnóstica, es decir, una etiqueta en la que los profesionales incluimos conductas que se caracterizan por la evitación de situaciones sociales. La vida y la humanidad es más compleja. Así por ejemplo, junto a la fobia social aparece muy a menudo la depresión, frecuentemente ataques de pánico o crisis de angustia, y a veces el trastorno obsesivo compulsivo. Esta complejidad se debe a que de lo que estamos hablando es de conductas y no de enfermedades.
Los psicólogos, en nuestra práctica clínica diagnosticamos, pero tenemos muy claro las diferencias de lo que hacemos con el diagnóstico de una enfermedad típica. Por ejemplo, una tuberculosis se diagnostica, primero en base a determinados síntomas, tos con emisión de sangre, cierta fiebre, cavernas en los pulmones, etc. que son debidos a una causa externa, la presencia del bacilo de Koch. En la fobia social no hay un agente externo que la produzca. Cuando un médico diagnostica enfermedades debidas al mal funcionamiento de algún órgano, se basa igualmente en síntomas externos que son manifestaciones de los problemas en ese órgano. Por ejemplo, si tuviéramos mal el corazón lo notaríamos en que nos cansamos al mínimo esfuerzo, nos ponemos morados, etc., etc. En el caso de la fobia social tampoco es así. Los que leen el diagnóstico y se sienten identificados piensan que les falla su autoestima, o que los neurotransmisores los tiene desequilibrados. Pero la autoestima no es un ente con existencia independiente de nuestra conducta, y los neurotransmisores están al servicio de nuestra conducta y también se desequilibran debido a como nos comportamos.
Lo que los psicólogos sabemos es que, en los trastornos de ansiedad, son nuestras propias conductas, nuestras evitaciones, las que mantienen el problema, independientemente de su origen.
Hay que diferenciar entre lo que llamamos fobia social y lo que llamamos timidez. La diferencia desde el punto de vista clínico está en el impacto que tiene en la vida de la persona, por eso hablamos de fobia social cuando la vida personal o laboral está gravemente afectada. Pero la diferencia fundamental reside en que el tímido acude a las situaciones en las que está incómodo, con mucho miedo, pero acude. Y, cuando lo hace sistemáticamente, finalmente se le aplica la ley universal de la habituación y las situaciones se le hacen más soportables. Mientras que el que decimos que tiene fobia social suele evitar esas situaciones de manera sistemática o si acude se preocupa más de intentar estar tranquilo y controlar su ansiedad que de atender, participar o hacer lo que tiene que hacer en esa situación.
El tratamiento psicológico se basa en la ley de la habituación. Los hombres somos la especie que mejor se habitúa a cualquier ambiente o situación, por ejemplo, si nos damos golpes sistemáticamente en el canto de la mano, finalmente se hará callo, nos habituaremos a ello y seremos buenos karatekas y los golpes dejarán de dolernos. De la misma forma, si se enseña a la persona a comportarse en las situaciones temidas y después a dejar de evitarlas y poner en práctica lo aprendido de forma reiterada, se habitúa, hace callo y su ansiedad se reduce a niveles normales.
Los psicólogos, en nuestra práctica clínica diagnosticamos, pero tenemos muy claro las diferencias de lo que hacemos con el diagnóstico de una enfermedad típica. Por ejemplo, una tuberculosis se diagnostica, primero en base a determinados síntomas, tos con emisión de sangre, cierta fiebre, cavernas en los pulmones, etc. que son debidos a una causa externa, la presencia del bacilo de Koch. En la fobia social no hay un agente externo que la produzca. Cuando un médico diagnostica enfermedades debidas al mal funcionamiento de algún órgano, se basa igualmente en síntomas externos que son manifestaciones de los problemas en ese órgano. Por ejemplo, si tuviéramos mal el corazón lo notaríamos en que nos cansamos al mínimo esfuerzo, nos ponemos morados, etc., etc. En el caso de la fobia social tampoco es así. Los que leen el diagnóstico y se sienten identificados piensan que les falla su autoestima, o que los neurotransmisores los tiene desequilibrados. Pero la autoestima no es un ente con existencia independiente de nuestra conducta, y los neurotransmisores están al servicio de nuestra conducta y también se desequilibran debido a como nos comportamos.
Lo que los psicólogos sabemos es que, en los trastornos de ansiedad, son nuestras propias conductas, nuestras evitaciones, las que mantienen el problema, independientemente de su origen.
Hay que diferenciar entre lo que llamamos fobia social y lo que llamamos timidez. La diferencia desde el punto de vista clínico está en el impacto que tiene en la vida de la persona, por eso hablamos de fobia social cuando la vida personal o laboral está gravemente afectada. Pero la diferencia fundamental reside en que el tímido acude a las situaciones en las que está incómodo, con mucho miedo, pero acude. Y, cuando lo hace sistemáticamente, finalmente se le aplica la ley universal de la habituación y las situaciones se le hacen más soportables. Mientras que el que decimos que tiene fobia social suele evitar esas situaciones de manera sistemática o si acude se preocupa más de intentar estar tranquilo y controlar su ansiedad que de atender, participar o hacer lo que tiene que hacer en esa situación.
El tratamiento psicológico se basa en la ley de la habituación. Los hombres somos la especie que mejor se habitúa a cualquier ambiente o situación, por ejemplo, si nos damos golpes sistemáticamente en el canto de la mano, finalmente se hará callo, nos habituaremos a ello y seremos buenos karatekas y los golpes dejarán de dolernos. De la misma forma, si se enseña a la persona a comportarse en las situaciones temidas y después a dejar de evitarlas y poner en práctica lo aprendido de forma reiterada, se habitúa, hace callo y su ansiedad se reduce a niveles normales.
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